Para hablar de economía
PARA HABLAR DE ECONOMÍA
I
Para hablar de economía no se puede ignorar como punto de partida
la pequeñez y el estatuto perfecto de sus pies volátiles;
no se vuela con los pies, de acuerdo, mas que en ciertos casos
y éste es uno de los más notables, pues si la ves afirmas que va volando
y no ha dejado de poner, como cualquiera, un paso tras otro,
como si fuera a trabajar y su trabajo quedara arriba de una nube
y sin ningún rebuscamiento prefiriera ir a pie que de otro modo.
Tanta es su tendencia aérea que al mirarla tú sabes que los asuntos
que tienen que ver con la economía del mundo están a salvo
pues ella lo tiene todo en su lugar en la medida y proporción que se requiere
y lo expone sin restricciones, a la vista de todos, al análisis puntual.
Mas hay, como en toda ciencia y todo asunto humano, espacios restringidos
que también tienen que ver con la materia por más que se traten en secreto: en el lugar más íntimo de su exquisita forma
no hay nada que exceda el indicador de espacio de mi mano:
una fruta apretada y su jugo que resbala es lo que no puedes publicar
porque ocurre en tal intimidad que sólo la poesía, para los que creen en ella,
tiene medidas, densidades, pesos, valoraciones, crisis, imágenes
y estupefacciones. Lo demás es viruta. Excepto la humedad que escurre.
Eso es economía desde mi punto de vista.
Y haciendo proporciones del entorno en que el material se desarrolla,
sin dejar de considerar que dicho elemento es el impalpable amor
que hace que todas las relaciones imperfectas de las cosas entre sí
tomen el verdadero sentido que en la historia han tenido siempre
las acciones de toda índole que les ocurren a hombres y mujeres,
me aboco a estilizar la economía como algo prioritario, ya se sabe,
para entender, modificar, reinvertir, politizar, cambiar por otras acciones
o salir corriendo en dos direcciones posibles: to be or not to be,
como dice el idioma en que se construyó el mayor imperio que ni se imaginaba
ni se dejaba de imaginar el enigmático poeta que nos legó la disyuntiva
y puso las bases económicas que dieron por resultado tal imperio.
Pues las palabras valen su peso en oro cuando salen al mundo
a intercambiar el tiempo de unas y otros que hablaron, que hablarán,
que hablan y van contabilizando temperamentos y deseos.
Todo vale en el reino inconmensurable de la economía lo que un instante
de alegría provocada o sin provocar, inmune a la fluctuante actuación
del carácter voluble de mi linda amiga cuando fija sus ojos de dulzura severa
en el enigma de mi mirada atenta a sus menores caprichos.
Y su frente, que se confunde con el espacio abierto que la levanta del suelo,
comienza a proyectar sus pensamientos que son día y noche,
cosa e incosa, el hilo de la araña y la gruesa cuerda
para amarrar a la tierra los barcos que se quisieran ir a sus navegaciones.
II
Dulce novia urbana que tuviste en tus pretensiones todo lo que
mis timideces mundanas pudieron conceder a tu adorable lascivia,
no me condenes, no me mientes la madre sin escuchar mis razones.
Para ti han sido casi todos mis impulsos de los últimos días,
en nadie realicé mis caprichos con mejor fortuna que en tu cuerpo
y como pienso seguir extendiendo la tela azarosa de mi deseo
ante tus ojos vinícolas, frutales, melodiosos y horizontales
pongo mi pecho sobre la cama de piedra y el cuchillo en tus manos
para que te estrenes como sibila y cortes, punces, descuartices, rompas
lamas, chupes, muerdas, comas, me uses como te dé la gana.
III
Ya pasó el tiempo en el que todos andábamos de abrigos y bufandas,
hay que reconocerlo sin quitarle ni agregarle nada a lo que es como es,
ahora, con las ventanas abiertas, miro al sol rebalsar la mucha luz
que acalora y festeja, que muge como animal de poder y cicatrices.
Ya no más por hoy -ese hoy que dura mientras se dice- usar palabras ateridas. Mis dos perros echados en el jardín interior protejen la ventana
con su fiereza estática de barro colimota y ahuyentan al miedo
y a esa exclamación profunda de la tierra que es la enorme sombra
que sobre todas las cosas se extiende cuando terminan los ritos del amor.
Eva María Zuk toca en el piano la mazurca de Ricardo Castro
y mis atlantas, con sus vestiditos vaporosos, sostienen el peso
más amenazante y duro que nadie podría imaginar que resistieran
-tienen por qué: las puse así para que me ayudaran con su fragilidad
a equilibrar la presión que sobre nuestras cabezas de mortales imponen
la historia, la costumbre, el modo, el peso cósmico, el deseo y la luz.
De modo que en términos generales cuando mi amiga se fue por la mañana
todo cobró texturas de serenidad, como se puede apreciar en esta cuenta
que es la de mis ganancias tan legítimas como transparentes, frutos
de una contabilidad horizontal no exenta de la mejor cachondería.
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