El pescador

Este poema es, en primera instancia, una descripción de un mosaico de las ruinas de Pompeya en el que el pescador está con su ristra de peces en la mano. Pero eso me sugirió muchas otras cosas, que tienen que ver con el trabajo, con los demás y con el sentido de la vida. Entiéndase de nuevo: no es que primero se me ocurrieran esas cosas y luego buscara cómo ponerlas en el poema sino que la imagen del pescador, que me provocó para describirla, me fue dando esos elementos conforme hacía el poema. De más está decir que el mosaico es precioso de formas y colores.


EL PESCADOR

Con una cuerda arrojadiza he sacado todos estos peces
de lo que unos llaman el agua y otros de otros modos;
al principio no sabía yo cómo hacerlo ni si tenía sentido
pero el asombro con que ahora los veo justifica la pesca;
gracias a ella mi torso se ha conservado esbelto
y mi desnudez sigue siendo una manera alegre de mostrarme.

No sé si son muchos o pocos o ningunos, porque ser,
lo que se llama ser, me tiene sin cuidado.

Yo los tengo ya como quiera que sea y los ofrezco
pues un pescador que conserva la pesca junto con ella se corrompe.

Mis pies, un poco rojos, han resistido estar tanto bajo el agua
que pueden llevarme con líquido fervor a cualquier parte:

se dice que la cabeza queda abajo y que los pies adentro
pero esta agua es distinta, es de otra densidad o de otro modo
y produce unos peces cuyo lomo es azul y cuya carne es de oro.

No dejaré que pase más el tiempo, me mandaré a trabajar,
me daré a la tarea de vencerme y derrotar al tiempo y otorgarlos.
Esos peces de mí.