El genio de la lámpara

Ahora tengo que estar en casa para poder escribir mi página diaria en esta bitácora, o en un lugar en el que haya wi-fi; ya vieron lo que sufrí cuando me fui a Sanlúcar de Barrameda y tenía que hacerlo desde un café internet; me sentía fuera de lugar, extraño, un poco ridículo, precipitado. Pero estoy seguro de que pronto se podrá hacer desde cualquier parte y no tendremos que preocuparnos por la conexión con internet; podré coger mi portátil e irme al Real Jardín Botánico a disfrutar de las maravillas del parque y a escribir acerca de los tonos de verde que van mostrando las plantas conforme avanza el año y de los matices interminables del canto de los pájaros. Y tal vez en poco tiempo (y yo lo vea) ya no tenga que llevar el portátil sino un pequeño tablerito que quizás se me pueda tatuar en los antebrazos.

Como un genio de lámpara de cuento árabe apareceré con los brazos cruzados como si estuviera esperando algo con una gran sonrisa en la boca y en realidad estaré con las yemas de los dedos inquietas escribiendo mensajes para el mundo. Contaré entonces lo que van pensando las muchachas que salen a pasear a la hora en que el sol dora las pieles y lo que piensan los viejos que se calientan al sol (o sea, lo que yo esté pensando); contaré lo que los muchachos susurran cuando nadie los ve y le preguntan a algo (porque a alguien es imposible, no pueden, no pueden) qué hacer, cómo portarse, como salir de sus predicamentos. Escribiré con soltura de primera mano acerca de las conversaciones que ocurren adentro de los coches que van vertiginosos por Paseo del Prado y de lo que se dice en las oficinas que tienen sus ventanas hacia los árboles. Verán. Ya falta poco.

Porque ahora, no dejo de maravillarme cada día de que puedo ir con mi pequeña computadora por toda la casa buscando en dónde me acomoda más para sentarme a escribir. Y no necesito cables, como antes, que tenía que estar enchufado a la línea telefónica. Pero todo ha sido tan rápido que no tengo por qué no pensar que van o ocurrir cosas que podemos imaginar como milagrosas. Pronto, lo que escriba llegará de manera inmediata a los lectores, sin cables y sin pantallas; pronto también, y eso es lo único que me inquieta y empaña la alegría floral de esta mañana, todo lo que haga o piense o diga dentro o fuera de la casa, pasará sin conexión por cable a un registro universal, a un ojo y una oreja que lo perciban todo y de todo guarden memoria para usarlo según y cuando les convenga. Ay nanita.