Aquiles sigue furioso
Trilirín, trilirín..., hoy tengo sacadita de sangre a las ocho de la mañana, puro trámite; los chicos del Hospital de Día son impecables: va un pinchacito, Alejandro, me dicen cuando tienen la aguja enfilada a la carretera, ya no tan bien asfaltada, de mis venas (aquellas que eran como el ejemplo perfecto de las venas visibles de un flaco musculoso); yo miro para otro lado, y apenas siento. Unos segundos y váyase a desayunar. Lo posible (y deseable, nimodo) es que esté yo en condiciones íntimas (y aquí la intimidad se presenta en su estado más puro) de recibir el fármaco que entrará a trabajar en las galerías sórdidas de mis lugares descompuestos. O esa es, al menos, la ilusión que tenemos todos los que se dedican a combatir el cáncer y yo.
Vendré luego a desayunar y no sé en qué momento pueda publicar esto que estoy anotando en la noche, justo antes de dormirme, como prevención por si no tengo tiempo, porque al rato tengo que volver para someterme al segundo pinchazo: va, Alejandro; y yo miro para otro lado, por no perder la costumbre. Entre dos y tres horas enchufado a la vía por la que me entra la promesa de seguir viviendo con el tumor apaciguadito; ¡tate, tate! (¿cómo era lo del Dante?: ¡pape Satán, pape Satán alepe!). Y luego la cocción interna del malévolo guiso, y a ver quiénes se alimentan, si los buenos o los malos. Depende de los que sean más: "Vinieron los sarracenos / y nos molieron a palos / que Dios ayuda a los malos / cuando son más que los buenos". Pero, no; aquí se supone que cada vez está más orientado a combatir a los malos y a dejar que los buenos se las arreglen para sobrevivir, aunque sea medios derrengaditos.
Y esto ya lo anoto hoy: ya fui y ya me estoy desayunando. Como llegué temprano a los análisis me citaron de los primeros para la consulta, así que apenas tengo tiempo para publicar esta página y volver con mi libro al hospital: ya le fueron a pedir perdón a Aquiles porque le aconsejó Néstor a Agamenón que no fuera menso, que le devolviera al Pelida la chiquita que le quitó y el Atrida, como ve la cosa color de hormiga y no se atreve a enfrentarse a Héctor, que está implacable y ya los tiene cercados junto a las naves amenazándolos de que nomás amanezca se las quema y los mata a todos, aceptó devolvérsela junto con un montón de regalos; pero Aquiles dice que se los guarde donde le quepan, que no quiere nada de ese... Y en esas voy. Por eso me anda de regresar al hospital, porque voy a tener dos o tres horas para seguirle a la historia con lo de Patroclo y el duelo, que es conmovedorcísimo. Pero ya me estoy acordando que faltan un montón de rapsodias para llegar ahí. En fin, no tengo prisa, creo.
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