Fénix a Marte

Hace unos días, concretamente el 22 de junio, reseñé una nota que me emocionó hasta la exaltación, la de unos científicos que estudian las características de los bosques que crecen en el Pico de Orizaba, el Citlaltépetl, entre Puebla y Veracruz, con objeto de prepararse para intentar la siembra en Marte de especies que crecen a tal altura y en condiciones climáticas tan difíciles. Busqué en Internet y encontré algunos datos de los participantes en el experimento, entre ellos el correo electrónico de uno, y le escribí; desafortunadamente no he recibido respuesta. No digo que esté desilusionado ni que haya perdido la exaltación, ni mucho menos: me entusiasma el hecho de por sí y mi intromisión en la cosa es un puro juego. Juego es, más bien sabe usted que tiene vueltas el juego, dice Sor Juana en una comedia. Un juego y una pizca de fe en que la palabra escrita sigue teniendo ciertos fueros en la cohesión de los proyectos humanos.

Y viene a cuento la recuperación de la página de ese día porque ayer informó la prensa que está listo para salir a su destino el año próximo un bicho interespacial que se va ir derechito a Marte, en busca de agua y de cualquiera de sus manifestaciones, incluso la vida, el robot Phoenix; dicen que llegará en unos meses y que para el propio 2008 estarán averiguando el remoto parecido de ese planeta con el nuestro en cuanto al agua se refiere. No es el primer intento, ya han llegado otros aparatos que han aportado información que ha permitido elaborar la teoría de que sí, de que hay agua, o más bien, hielo, que es una de las manifestaciones del agua, cuando está muerta, lo que no quiere decir que no sepamos cómo revivirla. Una de las formas de hacerlo es con los árboles del Citlaltépetl; cada semilla lleva en sí el calor que se necesita; una no pero millones pueden hacer transformaciones curiosas en el cosmos. Y digo esto no con visión científica sino poética.

Ya sé que son poquitos los lectores de esta página -aunque hayamos sobrepasado los diez mil la semana pasada- y que no necesariamente se mueven en las aguas de lo científico, que además casi todo vive en inglés, pero yo vuelvo a meter la pulga en la oreja por si acaso a alguien se le ocurre cómo activar ese encuentro que propongo. ¡Ah, si encontráramos cómo ser parte de esa eternificación de la especie! ¿Se imaginan lo que sería habilitar otro planeta -ahora ya solitos, sin los dioses- para habitarlo?

3 comentarios:

Minerva o Atenea dijo...

Los dioses son capaces de acompañarnos, especialmente mis parientes en el Olimpo que son bien necios.

Alejandro Aura dijo...

Tienes razón, Atenea o Minerva, la multitud de dioses que nos acompañan en todo es incalculable. Estos son necios con nosotros, pero acuérdate que tenemos otros que se asoman todo el tiempo a reírse debajo de las palabras que usamos. Y los chinos tienen otros, y otros los hindús, y los incas otros, y otros otros.

Anónimo dijo...

Llevarnos arbolitos del Citlaltépetl, pase y bueno... pero andar cargando con dioses ¡Marcianos! es un exceso...
o es que los nuevos dioses marcianos nos estarán esperando allá... ¿cuáles reglas nos pondrán? ¿habrán pecados nuevos? ¿cuáles?
¿y los arbolitos?...
¡Ay, Alejandro!, en que berenjenal nos has metido...