Extraña experiencia
Extraña experiencia. Al menos, un poco fuera del transcurrir ordinario de las cosas como uno las espera. De hecho, yo no habría regresado a la página escrita el 13 de marzo en este blog, excepto por alguna razón editorial o en busca de algún dato concreto. Si no estuviera la columna lateral en que van apareciendo los comentarios de los lectores quizás me habría tardado mucho tiempo en cruzarme con el de Daniel Murillo que me sugiere una inmersión en la dimensión desconocida. Él me pide que observe si no seré yo mismo el lector que me desconcierta en Beijing, en Punta Arenas o en Australia, si no habrá una parte de mí -que me fije en la arena acumulada en los zapatos, en el lodo que se pudo haber adherido a mis pies, me dice- que viaja en el tren vertiginoso y ubicuo de Sonambulia. Y sí, tiene razón, si me concentro un poco y digo ciertas palabras cabalísticas que me sé, lo más probable es que aparezca -con al menos una representación de mis sentidos- en cualquier parte y época del mundo ejecutando alguna acción imprevista. Ese es, precisamente, el encantamiento al que fui sometido en el momento en que pasé por el aprendizaje de este oficio que cotidianamente ejerzo, no sé si para bien de alguien, pero al menos para adelgazamiento de las penas que me pudieron haber tocado en el reparto.
O sea que no es necesariamente inmediata la respuesta del lector a la propuesta del que escribe, ni siquiera en este medio cuya inmediatez parece constitutiva, que aquí también el tiempo lleva su caprichoso andar entre personas y las va tocando de acuerdo con un plan que nos es incomprensible a los mortales. Peor sería si ya los amantes de mi poema publicado ese trece de marzo pero escrito dos o tres años antes, hubieran modificado su situación, si alguno de los dos ya hubiera muerto, por ejemplo, para desesperación del otro, o si pasado el lapso previsible de sus vidas, hubieran entrado ya a la historia cogidos de la mano para la eternidad de los amantes, junto a Romeo y Julieta, a Marco Antonio y Cleopatra o a Dante y Beatriz, por poner otros ejemplos de amores tormentosos, o unos más cerca: Marilyn y Kennedy, Burton y Taylor, Pit y Jolie. Pero como no ha ocurrido aún, lo que no quita que llegue a suceder tarde o temprano, derivaré por otro derrotero la intención de Daniel y pensaré que él pretende otra cosa.
Uno: revisar páginas amarilladas por el tiempo en esta biblioteca de tiovivo que gira sobre un eje y a la que van subiendo transeúntes inesperados que las más de las veces dan dos o tres vueltas y se van en busca de otras distracciones; y dos: tender un puente como de Escher, que va de un punto en ninguna parte a su contraparte en ningún punto, y en el que alegremente se encuentran personas que intercambian formalmente muchas palabras, como si estuvieran construyendo un mundo, y siguen adelante en busca de otras personas con quienes intercambiar las ganancias verbales que se obtuvieron en detenciones previas. Unos largos pasillos tiene esta Casa de Inversiones en la que vamos coincidiendo todos tarde o temprano. En todo caso, Daniel, muchas gracias por tu comentario: me hiciste la página del día.
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