Benidorm
No entiendo por qué vivimos unos cerca y otros lejos del mar. Parece que el mar nos busca a todos. Los que vivimos a cientos de kilómetros queremos agua también, agua del mar salado, agua verde y azul, agua de este corazón que toda la noche late con un compás arbitrario, llamándonos a cuentas. Que todo el día se mueve aunque esté tranquilo, como ahora. A lo mejor es por aquello del origen de la vida, pero hace tanto tiempo. Lo que sí es que a la hora que llega a la orilla quita su tono severo y se vuelve aguamarina: a nadie engañas Mediterráneo, conocemos tus furias e insensateces. Y aquí venimos otra y otra vez. Hay gente que no conoce el mar. Hay gente que nunca se mueve de un mismo lugar. Tal vez tengan adentro un mar suficiente para estarse quietos. Son los menos.
Ayer pasamos por Benidorm y no resistimos la curiosidad de entrar y bajarnos del coche a ver. Edificios altísimos con cientos de apartamentos, tiendas, restaurantes, coches, una babel en la orilla del agua al lado de otra babel en la orilla del agua. Miles de veraneantes en las calles y miles y miles en la playa, unos pegaditos a otros. Puro olor a aceite de coco. Yo miraba hacia el agua afanosamente buscando náyades y ondinas, y no me refiero a las jovencitas turistas sino a las verdaderas nereidas, a las hijas del mar, o a Poseidón con su tridente paseándose con gravedad por la línea horizontal que corta su reino con Zeus, alguna constancia de la verdad marítima, pero nada. Sólo miles de turistas, nacionales y extranjeros. Todo el mundo tiene un piso en Benidorm. Y cómo no si aquí está el mar con toda esta playa extendida para que la piel se tueste. Quién quiere estar lejos del mar.
Pero a la hora que salga la parte irracional del agua, cuando el peligro comience, nos va a encontrar a todos juntos, protegiéndonos unos con otros, los hooligans borrachos con su cerveza cada uno junto a los niños con sus palitas de arena, las suecas desnudas junto a los miles de madrileños que tienen su pisito aquí para el verano, los alemanes grandes y rubios que por ciento noventa y nueve tienen avión y pensión completa de fin de semana, y este sol. El gentío consumidor y alegre que estará aquí mientras haya verano. Porque el mar es terrible, devorador, destructivo; brutalmente atractivo y peligroso. Sobre todo allá adentro. Lo sabemos de sobra. Por eso todo el mundo se amontona en la misma playa, en el poquito de arena y paisaje que recrea un sueño de cuando apenas empezaba la especie. No, no pasa nada, aquí nunca ha pasado nada: la playa, el sol, los turistas, el verano…
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