Gelatinas de Riesgo
Hay una droguería antigua en calle del Desengaño, una callecita cercana a Gran Vía, llamada Casa Riesgo; a la manera de antes tiene estanterías de madera a todo lo alto y ancho de su espacio con cajones regulares que documenta por fuera con el nombre del producto. Sodio, anís, potasio, belladona, cúrcuma, regaliz, fécula, rábano negro, dextrosa, canela, musílago, ácido cítrico, palo de campeche, nux vómica, contabiliza el ojo al vuelo sin que la memoria pueda jugar carreras, porque lo hay todo, palabras conocidas y palabras desconocidas. Y allí voy y compro la gelatina en polvo. Un kilo, y nos dura todo el año. Claro que podría comprarla en sobrecitos en el supermercado y apenas notaría que de esa manera cuesta varios cientos de veces más caro porque como cada vez se usan unos cuantos gramos uno no está para hacer esas cuentas, y además no tendría pretexto para ir a Casa Riesgo y me perdería el espectáculo de sobrevivencia de una magnífica tienda del Siglo XIX.
Gelatinas de té, me hace Milagros. Nuestra infusión de las mañanas es muy rica: té rojo, blanco y verde, anís, clavo, canela, pimienta y cardamomo, y siempre sobra un poquito; cuando se junta un buen salen tres o cuatro gelatinas; o de los sobrantes de café que algunos amigos toman cuando vienen a comer; algo en las cafeteras va quedando que se convierte en exquisitas gelatinas; y de manzana o de melocotón; pero la que más me gusta es la de jamaica, de ibiscus que lo nombran, ácido y dulce, perfumado como una selva y lleno de niñez. Y nunca les faltan los tropiezos de nuez, de piñón, de pasitas, de muescas de manzana, de azucarado cariño. Hojas de yerbabuena se nos ha olvidado ponerle y habrá que remediarlo. Y en la mañana, mientras escribo esta bitácora y me asomo a todos los rincones de la tierra, qué bien y qué frescas me saben las gelatinas.
No lo pongo como receta porque supongo que todo el mundo sabe hacerlas: agua hirviendo con azúcar, sobre ella el polvo de la gelatina meneado un par de minutos hasta que se disuelve plenamente, porque aunque viene en polvo es como una sal gruesa hecha de pura proteína; dicen que es buena para el cabello y las uñas y magnífica para el sistema óseo; fuera del fuego se agrega la sustancia. La jamaica, el té, el tamarindo, el mango perfumado. Luego, esperar a que se cuaje y ya.
5 comentarios:
Y en qué rancho podemos dar con tal abarrotera?
Pos en Madrid, Sueco.
Hola Alejandro. Estoy en el día de las gelatinas, pero quiero decirte que me gustó tu teoría del blog, que es una teoría moderna del silencio. uno escribe, en el blog, cosas que nadie leerá, que se quedarán ahí, mudas, hasta que la entropía del sistema se las trague. A pesar de todo, un comentario, un poema, están dentro de la botella que se llama internet y tal vez, sólo tal vez, algún náufrago la encuentre. Desde San Luis Potosí te saluda Norberto de la Torre.
Pero hay otra posibilidad, Norberto: la de ser leído por muchos. Yo apuesto cada día por esa. Aunque entiendo la que dices del silencio.
Acabo de regresar a mi más tierna infancia… como olvidar las “jaletinitas”, esas que tenían forma de cono piramidal. Mmmm…
También las gelatinas con frutas o verduras rayadas, la gelatina de naranja se lleva muy bien con zanahoria rayada; la de piña combina con manzana rayada; la de limón con leche armoniza requetechulo con el apio picadito finamente y nuez, en fin echen a volar la imaginación muchach@s...
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