El abrigo

EL ABRIGO

Bernardo Giner de los Ríos me regaló el abrigo con el que un tío suyo
salió al exilio,
un abrigo negro de paño español, largo y pesado,
al que le debieron haber caído nieves y lluvias de los Pirineos;
decía que era demasiado grande para él,
que aquí no hacía tanto frío y que a mí, por delgado y alto,
me iba mejor.
Lo usé muchos años en inviernos improbables
y luego lo volví abrigo teatral.
La prenda se fue tornando sutil hasta que se metió
al otro lado de mi piel.
Tengo ese calor guardado para siempre;
ese siempre pequeño que es la vida.

Bernardo Giner de los Ríos llegó a la ventanilla
que atiende una señorita espigada y fragante cuyos grandes ojos
lo envolvieron, su largo cuello lo pasmó,
los sensuales hombros suyos lo atarantaron tanto
que se puso a cantar como un santo nuevo que acaba de descubrir
cómo oración y blasfemia van a dar siempre al centro del corazón
de esa montaña eterna que los antiguos llamaban Dios.

Vale decir que esa señorita es la tristeza;
luego se hizo ligero y leve.
Descanse en paz Bernardo Giner de los Ríos, cálido amigo
que me regaló un abrigo y que se murió.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Los recuerdos que nos dejan los amigos se vuelven piel.
Saludos.