Dar la gana

Hay veces que no te da la gana. Los españoles, muy finos, dicen: no me apetece. Y así no tienen que ser tan rudos. Porque nosotros, ya cuando decimos no me da la gana es porque tenemos carga afectiva, porque algo emocional ya nos dijo que no, que esa bola que se hace abajo del estómago cuando no tienes voluntad de aceptar y aceptas por compromiso, ya te está rompiendo la piel del vientre y estás a punto de explotar. Pequeñas diferencias que el trato nota: somos muy modositos pero podemos ser muy explosivos, y los españoles nos parecen muy rudos de entrada cuando se expresan con tanta claridad, pero qué alivio, porque antes de pasar a mayores son tan capaces de decir no. Y a nosotros, qué trabajo nos cuesta hacerlo. De seguro los sociólogos y los historiadores dirán que es por nuestro pasado colonizado, pues cómo le vas a decir que no al amo, pero yo no estoy tan convencido de que esa sea una verdadera razón. Hay rasgos culturales que se confunden con explicaciones superficiales que acaban pasando por buenas. Tampoco es que una cosa me parezca mejor que otra. Para nosotros no es agradable ese modo directo de negar y para ellos es desconcertante hasta el asombro el nuestro.

Para no darle más rodeos, la cosa es que no me dio la gana levantarme temprano. Es domingo. Claro que desperté pasaditas las siete, como siempre y dije, órale, muchacho, a chambear. Pero tenía un dolorcillo de cabeza que necesitaba agua; el mezcal que anoche me hizo el honor de acompañarme estaba reclamando un trato justo. Una semana te pasas sin probarme y luego quieres que me asimile como si fuera frutita fresca. Bebe agua y duérmete, y no molestes.

Había estado soñando que iba a una casa de citas. Estaba con otros dos amigos y la habitación de los servicios que requeríamos era un cuartucho frío y desangelado, como un espacio destinado a bañarse. Creo que mis amigos ya habían cumplido sus expectativas pero yo me paseaba como los caballos antes de cubrir a la yegua y todo era inútil, la chica estaba allí, dispuesta, pero sin ningún encanto. Y yo sin ninguna emoción. En otro cuadro, estoy diciéndole a la responsable del establecimiento que se necesitan terciopelos, rasos, espejos, maderas cálidas, pinturas agradables, que así no.

Y tenía mucha más historia a las siete y algo de la mañana, me revolvía redactándola en la almohada, pero claro, como no me dio la gana de levantarme y escribir sino que me volví a dormir, todo se me borró. Y además no estoy seguro de que uno deba contar estas cosas.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Querido Alejandro, un profesor de historia que tuve en la preparatoria alguna vez nos explicó que la razón cultural por la que los mexicanos no pueden decir un "no" directo no es por reminiscencia colonial sino, más bien, porque simplemente en el náhuatl no existía tal palabra.

La verdad nunca tuve oportunidad (¿o será que no se me dio la gana?) de corroborar tal versión y, sin embargo, me he topado con bastantes personas que tienen la misma información que yo.

Otra cosa que saca de quicio a mi esposa (y en general a los europeos) es esa manera que tenemos de "darle vueltas al asunto", sea cuando se trata de responder a una pregunta que admite únicamente dos respuestas (por ejemplo "sí" o "no"), sea cuando queremos contar algo bastante simple y nos deleitamos deteniéndonos en detalles que para ellos significan una pérdida total de tiempo (por ejemplo, para contar que nos encontramos en la calle con un amigo de la infancia, antes tenemos que contar la mitad de dicha infancia).

Para el segundo caso y ejemplo, mi esposa me recomienda que primero le diga "Fíjate que hoy me encontré a un amigo de la infancia" y, luego, le cuente todo lo que yo quiera. Van dos o tres veces que lo intento y no me sale tan mal la brevedad inicial... pero luego de 5 minutos de "infancia" me volteo para buscar su dulce mirada y me doy cuenta de que tiene 4 minutos y medio que me dejó hablando solo. Es así que he optado por el suspenso: así al menos escucha mi narración hasta el final.

Un abrazo.

P.S. No me olvido de la descripción de cómo exprimir una jerga. Creo que exageré diciendo que era todo un ejercicio literario. ¡Ni que fuera yo Cortázar explicando cómo dar un beso! Perdón por la presunción.

Anónimo dijo...

Al cabo de muchos años aquí, ya me acostumbré a ser más directa (aunque desde chica me falló la mano izquierda), pero yo creo que tiene más que ver con que somos barrocos, y antes de dar el no o el sí, tenemos que llenar el discurso de volutas y de garigoleos. Al fin y al cabo, queda más bonito, aunque desespere a los españoles.
Saludos cordiales.

Milagros dijo...

Fernando dile a tu esposa que me solidarizo con ella.
Afortunadamente Alejandro no es de los peores. Los que más me desesperan son los que llaman por teléfono, y entre "porfavorcitos", "podríausted", "sería tan amable" se pasan fácil tres minutos, hasta que nombran a la persona.
Aquí decimos "está Alejandro", y ya. ¡Qué rudos!