¡Que no me hablen así!

Ya una vez me quejé en la compañía de teléfonos de que dieran mi número personal para promociones de cualquier tipo: ya me llamaban para venderme una nueva tarjeta de crédito con más cobertura de la que pudiera pagar en todos los días de mi vida, ya me ofrecían cambiarme el sistema de conexión con internet acabado de adquirir, ya me daban no sé cuántas ventajas si me cambiaba de compañía telefónica, ya se ponían a mis más extremadas y exorbitantes órdenes si aceptaba yo cambiar mi cuenta de un banco a otro. Y cosas peores. Yo fui adquiriendo un tonito primero irónico y luego francamente agrio para rechazar ofertas y servicios hasta que llegué un día a decirle a la pobre promotora telefónica que me diera ella su nombre y su número de documento de identidad porque la iba a demandar ante la justicia por invasión de la privacidad; me contestó, muy incómoda, que no me lo daría, que era su trabajo y que… colgó. Cuando repetí la fórmula me encontré con un empleado más placeado que me contestó tranquilo que no hacía falta llegar a tales extremos, que llamara yo a la compañía telefónica y pidiera que no dieran mi número para listas de promociones y con eso me libraría del problema. Lo hice. Dio resultado. Hasta cierto punto.

De vez en cuando alguien llama preguntando por el titular del teléfono y Milagros les contesta que no me puedo poner pero que ella se hace cargo de todos mis asuntos, que qué onda, y ella tiene más paciencia y más modo para mandarlos a la porra. Lo malo es que a veces contesto yo mismo y ya no hay cómo escabullirse por lo que tengo que sacar lo canalla y ejercitar la mayor concreción posible de expresiones y el tono más adecuado para lograr el efecto deseado: que se desconcierten y cuelguen. Reconozco que me han salido algunos interlocutores más cabrones que bonitos; unos, o unas, que no se arredran y con la mejor esgrima contestan impidiendo que me tire a fondo.

Y qué me pasa, me pregunto, por qué me pongo tan pantera cuando del otro lado del aparato oigo preguntar por mí con mis dos apellidos –en cuanto sale a relucir el apellido materno sé que no me llaman a mí sino a alguien de una lista de posibles compradores de los bienes o servicios que están mercadeando-, pues me pasa que me siento invadido, que me doy cuenta de que ya han establecido el primer contacto necesario sin mi consentimiento previo, que ya me tienen con un pie en el cuello y con el oído en el auricular y no me queda más remedio que reconocer que ese al que le hablan, con ese nombre que nunca he usado, soy yo, y aunque sea para decirles que no me interesa su oferta ya han entrado en mi casa aunque esté yo leyendo, durmiendo, comiendo, acariciando a mi mujer, reflexionando sobre los graves problemas del mundo, cocinando, aliviando el vientre (como dicen los clásicos), escribiendo el mejor poema de mi vida o esperando a que pasen los malos momentos y vuelva el esplendor de la juventud. Y allí: riiiing (onomatopeya, claro, que sólo es evocación literaria porque ahora los teléfonos suenan como les da la gana) y alguien pregunta por el señor de mis dos apellidos. Y como ya pasó la antigüedad en la que se usaban los aparatos conectados a la pared por un cable y ahora los llevas contigo por toda la casa, la posibilidad de escapatoria es mínima. Más coraje me da cuando no aparece en la pantalla número de procedencia de la llamada porque ese hecho coincide con las llamadas de larga distancia y contesto ilusionado pensando que pueden ser mis hijos o mis amigos. Puaj.

Y a pesar de lo viejo cascarrabias, a veces me salen poemas como este. Para que se vea que las personalidades son inabarcables.


NIDO Y CAVERNA

Tan suave y elegante es mecerse en tu barca,
aunque, claro, una barca para agua, sea del tamaño que sea,
no tiene ni de broma la concavidad en que me acoges,
la profundidad de sentinas cálidas a las que puedo descender perdiéndome
sin más miedo que el que se tiene ordinariamente a la oscuridad,
no porque seas sombría sino porque adentro hay enigmas que
ojalá que el amor, que es tan curioso, no develara nunca,
por lo que estoy a punto de cambiar el símil y volverte nido,
con que al solo rumor de mi deseo se entibia, se calienta, se arrebata
y en llamarada acaba con mis pobres edades de pajillas, estructuras vanas,
sarmientillos secos que alguna vez fueron promesa y dádiva
y grandeza y admiración propia y ajena
y hoy arden ya sin defensa ni remedio,
historias de amor, pues, que se consumen en tu elegante suavidad de horno
que queriendo yo entender comienza a incinerarme.

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1 comentarios:

elvira dijo...

Ale.
El insistente timbre telefónico,
"¡Que no me ablen así!" y uno esta en espera de otra llamada.
NIDO Y CAVERNA
La concavidad de tu barca que me acoge,con tan solo yo querer me convierto en llamarada.
Elvira Trujillo.