Durísima batalla

Qué debate tremendo dentro de mí: una fuerza tira hacia el día y otra quiere permanecer en la oscuridad, regresarse a donde no se es nada, aguantar en el calor interno y regular del sueño. Cada una quiere argumentar y no hay discurso que se complete, todo son hilachas de pensamiento, palabras sin sentido, raciocinios a medias en los que parecen surgir explicaciones contundentes que a la mera hora no son más corpóreas que el vapor vano del vaho. Ni siquiera las estructuras oníricas se sostienen por su propia fuerza pues se ha perdido ya la fe en el sueño. Entre querer y no querer despertar hay una lucha colosal a veces, y hoy me ha tocado vivirla. Un cataclismo, o poco menos.

Me desvelé sin mérito y como no he dormido suficiente el cuerpo pide más pero por otra parte el hábito de la hora remueve sábanas y edredones, sacude almohadas y desordena ese mundo blanco de plumas y algodón en que dormimos. Vamos, holgazán, levántate, abre los ojos y constata cómo otra vez la luz está ahí afuera esperando a que corras las cortinas y la veas, con sus vestidos de sábado toda engalanada, enamorada de ti, esperándote para hacer lo que tú quieras; épale, arriba, upa, hop; te están esperando cientos, miles, millones de palabras posibles para ver qué haces con ellas; míralas retozar todas frescas y desnudas en el agua de la luz del día, ándale, deja de hacerte el remolón y alienta, respira fuerte, saca un brazo, órale, mueve la patita...

Y heme aquí levantado, contento, sabatino, mirando la página que me tengo impuesta por propia voluntad y poniendo en ella las varitas, los mimbres, las sutiles hebras con que se tejen cabos y jarcias para amarrar el viento de estas navegaciones.


CALIDAD DE VIDA

Todo me gusta,
en todo tengo fiesta,
mi nombre es esplendor,
nada me cuesta.

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