Botellón

Al poco tiempo de haber llegado aquí le sugerí a un directivo de una de las escuelas de cine de Madrid, que me habló del conflicto que se vivía al respecto, que convocaran a un concurso de guiones o de cortos o de películas sobre el tema controvertido del "botellón", ese recurso de los jóvenes de juntarse en las plazas públicas con sus botellas y sus vasos desechables y pasar la noche emborrachándose y escandalizando a la buena sociedad. Se podría ahondar, propuse, en la gravedad del problema y buscar las soluciones a partir del conocimiento y la comprensión de los motivos. Sobre todo si es entre el propio rebaño de los botelloneros donde se analiza y se hacen proposiciones. O no quiso o no pudo hacerlo, no sé. O pensó en el fondo que estaba yo exagerando. Yo lo veía desde mi experiencia de habitante de la ciudad de México. Al poco tiempo legislaron en el Congreso, creo, en contra del juvenil hábito, y los alcaldes, cada uno según su fiereza política, comenzaron a imponer penas o a buscar soluciones negociadas; aquí en Madrid lo prohibieron con amenaza de acciones policíacas pero a poco entró un nuevo alcalde y no dijo esta boca es mía al respecto, laissez faire, laissez passer.

Desde que empezaron a arreglar la calle en que vivo y dejaron de rodar vehículos, se volvió sitio de botellón. Yo, como venido de ciudad brava, pensé que comenzaría a haber problemas. Pero conforme han pasado los meses y se ha acabado el Invierno para dar paso a las cálidas noches de Primavera, se ha venido serenando mi ánimo. Los veo desde la ventana o cuando salgo a tirar la basura en los contenedores que se colocan todas las noches junto a la puerta de entrada del edificio, el portal. No, qué esperanzas; no tienen un pelo de conflictivos; no sé en otros barrios. Estos chiquillos vienen arreglados de traje y corbata y las niñas de vestido escotado y tacones altos, seguramente para no levantar sospechas en sus casas y que no se las armen de pedo. No se meten con nadie, no malorean a nadie, ni a mujeres solas, ni a ancianos, ni a parejas, ni a perros. Están en lo suyo, que es tomarse copas en las que mezclan whisky o ron o brandy con refrescos o con vino o con cerveza, o con ve tú a saber qué porquerías; hablan de sus cosas; se concentran en lo suyo; procuran sus amistades y sus amores; sus enemistades y sus rompimientos también, de seguro; cantan, se ríen; algunos, en un rincón, lloran, y se van temprano, a media noche, a la una, a las dos; no más.

En un grupo de diez o quince se beben una o dos botellas de entre diez y quince euros, más los refrescos y las cervezas de a litro, que harán otros diez o quince. Máximo treinta: dos o tres euritos por cabeza; supón que cinco. Y no hay una música a volumen infernal que les impida oírse unos a otros, de modo que pueden hablar y cantar, secretearse, llorar y declararse su amor, contarse las cosas indecibles que construyen las amistades juveniles; tampoco tienen que pagar entre cinco y ocho euros por cada copa, lo que los haría gastar un mínimo de veinte o veinticinco por persona. Y es más fácil sentarse en los quicios de las puertas, o en el suelo, de plano, que adentro de los bares atestados en los que todo el mundo igual está de pie toda la noche. Se van y sólo queda su aroma. Lo que hace falta son mingitorios, porque, claro, se orinan en la calle: beber y beber genera orinar y orinar. Y a veces, dejan los vasos desechables y las botellas vacías en el suelo o en los poyos de las ventanas que dan a la calle. Y le toman el pelo al sistema que a chaleco los quiere meter a consumir a los sitios mercantiles.

Hay poemas que suenan bonito y poemas que no; algunos son música y otros son el espacio en que la música se escribe; este es opaco, seroso, sordo, pero entra al libro cogido de la mano de todos mis poemas que hablan del mar, que son muchos, y junto con ellos conforma el arrecife en donde han ido fondeando infinidad de recuerdos y aspiraciones que no se dicen.


COMPRENSIÓN

Ya estamos frente al mar
de nuevo
y una nostalgia me tira:
un futuro circular
de ostra
que en sí se regodea,
me desnuda de forma
y de sentido
y me arroja al mar.

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