Trazos rápidos

Casi siempre estas centellas surgen como revelación, acontecen de plano, se dibujan con todas sus letras en el lugar sin nombre en que aparece la creación. Ésta no, ésta tuvo trabajo laborioso de parto. Empezó como una euforia y anunciando que sería un punto de partida, un sólo verso largo hasta mujeres que en un primer borrador juntó más palabras y más versos largos y cortos, y perdió el aliento. Bla bla bla. Yo lo hubiera dejado allí olvidado si no hubiera vuelto por su propia voluntad una y otra vez a hacérseme presente. Otra vez feliz la calle... Lo volví a intentar y siguió pasándole lo mismo: después de algunas retóricas se desinflaba. Así es a veces esto de hacer poemas, como uno no sabe casi nada del poema que todavía no existe no se puede prever qué ocurrirá. Hasta que de pronto, tras varios intentos, cambió su presentación, se hizo versos cortitos y apareció, como una solución natural la pausa primero y el sujeto después, con su carita de ángel. Aunque en este caso el sujeto es el objeto del poema.

Y a propósito: ayer me pidió Milagros que me hiciera cargo de la comida de hoy porque ella tenía varias cosas que hacer por la mañana (Presente/Pasado: hoy es ayer). Teníamos unas codornices que puse en la sartén con sal y pimienta en un poquito de aceite, tapadas y a fuego bajo; le pedí a Mariola que picara dos dientes de ajo muy finitos y un buen ramo de perejil y las vigilara mientras yo baboseaba por ahí; cuando ya estuvieron cocidas las pobrecitas, las destapamos para que se doraran un poco y ya doradas, les puse el ajo y el perejil, les eché encima un chorrito de jerez y las volvimos a tapar unos minutos con el fuego un poco más fuerte; antes de que esta humedad se resecara pero cuando se habían evaporado los alcoholes del jerez y los picantes del ajo, las servimos. Y las acompañamos con unas hojas de endivia aderezadas con un queso crema fuerte sazonado con hierbas finas, aceite para hacerlo suave, unas gotas de vinagre de jerez, para que se sintiera a gusto, y una cucharada grande de caviar que se distribuyó como chía en agua de limón por toda la vinagreta; el amargo de las endivias se matizaba bien con el aderezo y la ensalada se entendía con las codornices. Confieso que fue comida rápida, pero quedó bien. Me gusta más decir endivia que endibia, aunque la última es más correcta, según la RAE, porque trae cola del latin: intûbus, aunque debo aclarar que el acento circunflejo de la u no es el que yo le puse, de casita, sino uno al revés, con las patitas para arriba, pero aunque nos destrozamos las carnes buscando en el código ascii, no lo encontramos, no existe; o sea que la RAE se los manda a hacer para su uso personal y para que no podamos copiarle. En fin: cocina.


FELIZ LA CALLE

Feliz la calle
que tiene en sí
tantas mujeres,

y a mí.

3 comentarios:

Roger dijo...

Hola Alejandro,

Felicidades por este nuevo blog. te dejo el enlace para el mío.

Saludos,

Roger, desde Madrid, por supuesto.

elvira dijo...

Ale nuevamente estoy ante tu página leyendo tu poema y la preparación de las codornices, que rico disfrutar lo culinario con lo poetico.
felicidades.
Elvira Trujillo

Anónimo dijo...

Fíjate Ale, mientras saboreaba tus codornices con sabor a poesía, me acordé de los chinicuiles que comí el domingo en Las Mañanitas de Cuernavaca. Un placer desata otro. No había probado algo igual en mi vida. No me refiero a los gusanos que los he saboreado desde niña, sino al sabor tan especial a tierra, a agave a gusano pues, que tenían los de Las Mañanitas. Una auténtica delicia. O dos.

Chavela Vargas que pidió una cazuelita entera para ella, me explicó que a diferencia de los gusanos de maguey, los chinicuiles son los gusanos rojos extraídos ya sea de la raíz del maguey o de las pencas superiores de las plantas viejas.

Los gusanos de maguey en cambio, son los gusanos blancos extraídos cerca de la base de las pencas inferiores de los magueyes pulqueros donde se localizan unos orificios que son utilizados por las larvas de las mariposas para llegar al corazón del maguey y alimentarse. Mariposas pulqueras.

En la mesa estaban dos españoles pero solo uno los probó. La otra de plano dijo que no podía echarse un taco de chinicuiles ni cerrando los ojos. Dijo que no entiende que los comamos. Lo llevamos en los genes. Memoria gastronómica, le dije. De cuando no había más que este lado. Después me quedé pensando que si los españoles hubieran aprendido a comer nopales, las hambrunas habrían sido más leves.

A ver que otra receta nos pasas.

Un abrazo

María Cortina