El valor de las palabras

Tampoco es cosa del otro mundo. Hay que llegar a las ocho de la mañana, en ayunas, a una sacadita de sangre. Recibo el aguijonazo pero jamás veo la aguja, me da cosa; en cuanto me ponen el elástico para aminorar el flujo sanguíneo y me piden que apriete la mano, me volteo para el otro lado hasta que me advierten va un pinchazo y sé que de ahí no pasa, son profesionales y lo saben hacer sin daño innecesario; vuelvo a mirar cuando me sacan la aguja y me piden que apriete el apósito para que no se me haga hematoma. Listo, a desayunar y volver a consulta a las doce y media o una, cuando ya el doctor tiene los resultados del análisis de sangre y sabe si tengo los leucocitos requeridos para poder aplicarme el medicamento. Y vuelta al sillón a repetir el ciclo de la mañana, nada más que ahora no es sólo el mosquito sediento sino que la vía intravenosa se queda instalada durante el tiempo necesario para vaciarme dentro, por goteo, el contenido de cuatro o cinco frascos de distintos tamaños que durante al menos dos horas hará su aplicado ingreso a mi organismo y empezará su enigmático trabajo de seleccionar células perversas para aislarlas y darles matarili, aunque de paso se lleve un titipuchal de otras que estaban nomás mirando, o de paso, o haciendo cualquier otra labor que no necesariamente era contraria a mis intereses más personales. Durante cuatro o cinco días después de la invasión quedo poco capacitado para divertirme. Y así sigue el ciclo, a lo largo de tres o cuatro meses, del mejor método que se ha encontrado hasta la fecha para combatir el cáncer. Luego me dejan en paz otro periodo mientras el organismo se recupera. En fin, deveras que no es cosa del otro mundo. Es formularlo lo que cuesta sangre.

Y a propósito, hay asuntos pendientes que tratar, aun dentro de un libro de poemas. La propiedad de las palabras, por ejemplo. ¿De quién son? ¿Cómo se deben usar? ¿Hasta dónde llega el derecho individual y el derecho colectivo de utilización del lenguaje? ¿Cada cuántas generaciones se puede decretar que el idioma es originario de tal o cual grupo humano? Cuestiones como el respeto a los demás, la generosidad, la tolerancia, la humildad, el agradecimiento, ¿tienen que ver con la sistematización del idioma? ¿Para qué estudian su idioma los hablantes de una lengua? La manera como una colectividad ve su lenguaje ¿deja traslucir su temperamento, su talante, su idea del mundo, su ubicación en lo que se llama, con un dejo nostálgico de inexistente armonía, el concierto de las naciones? Porque de lo que tratan las siguientes líneas, que algunos preguntarán qué tienen que ver con la poesía, es justamente de esta serie de preguntas y del azoro que su formulación puede causar.


COMO BUENOS HERMANOS

Dice la RAE:
Cacahuate: m. Hond. y Méx. Cacahuete.
Cacahuete: (del nahua cacáhuatl) m. Planta papilionácea anual procedente de América…, etc.

El orden de los factores sí altera la simpatía;
debería decir:
Cacahuate: (del nahua cacáhuatl) m. Planta papilionácea… etc.
Cacahuete: Esp. Cacahuate.

¿Qué perderían?

2 comentarios:

Alfredo dijo...

¿Y no decían que el órden de los factores no altera el producto...? (por lo menos así me lo enseñó mi maestra Alicia en cuatro de primaria)
Por otro lado, ánimo Alejandro, que sólo es una batalla más de las muchas que has librado y has salido victorioso.
Un abrazo de amigo

elvira dijo...

Ale buen día tu entereza por ganarle a la vida va por muy buen camino lo mejor de esto, es que estas rodeado de gentes como Milagros y muchos los que te queremos.
gracias por estar presente.
Elvira Trujillo