Dirección de la mirada

Ya había dado por terminado "Se está tan bien aquí"; o al menos, ya había escrito el poema de despedida con el que inicialmente pensé que habría de cerrarlo cuando de pronto se me apareció éste. No sé ahora cómo leerlo. Cuando lo escribí pensaba en una especie de renacimiento, en el punto de partida quizás de una nueva oportunidad de estar vivo, imaginaba que podía ser el principio de otro libro pero lo acomodé en el medio de éste siguiendo un impulso difícil de explicar porque no es producto del razonamiento sino de un movimiento interior como el que se pone en práctica en una puesta en escena: esto va aquí, esto acá, esto otro, aunque la lógica lo pida en tal sitio, irá allá. En esto también un libro de poemas es tan distinto a un relato. Y digo que ahora no sé cómo leerlo porque ya no dice lo que yo creía que decía, porque puesto en este lugar del libro, y con el libro ya, digamos, frío, tiene unas posibilidades de lectura de las que no fui consciente cuando lo escribí. No sé si volver a tocar el tema de la inspiración, es tan resbaloso. Para unas notas de bitácora quizás sea suficiente con lo que he dicho y ojalá que no sea contraproducente, que no ayude, al menos, a crear confusión.

Hoy es domingo; no por eso, pero nos levantamos tarde; ayer Milagros se desveló poniendo mi foto en la parte superior de la página; y más se desveló volteándola. Me explico: quizás algunos hayan visto que la dirección de mi mirada en la primera aparición de la foto era a la izquierda, postura con la cual me siento cómodo en general, pero resulta que quedaba mirando hacia afuera de la página y chocaba con los más elementales principios de la composición. Cariño, ¿no podrás darle vuelta al retratito y que en vez de mirar pallá vea pacá? Y en eso, porque apenas estamos aprendiendo a movernos en este medio, se fueron las horas. Por fortuna hoy amanecí mirando hacia adentro de la página. Y eso tranquiliza al corazón.



CON QUÉ NUEVOS OJOS TE VERÉ


¿Con qué nuevos ojos te veré, vida,
ahora que salga otra vez a buscarte,
qué membrana sutil vendrá por arte de oficios
a cubrir mi mirada para filtrar la gama
inagotable de matices que manan de ti
como de la luz brota lo verde en tanta profusión
que no hay glosa que agote su manto de sorpresas;

con qué ojos te veré
que puedan describir al mismo tiempo
la mezcla de tu inverosímil variedad
de materiales y sombras y trasuntos
y todo lo demás que ocurre tierra adentro
construyendo especies que nunca habían vivido
y piden a su creador un nombre que las nombre,
una entidad que las proyecte al tiempo;

con qué ojos nuevos te veré que sirvan
lo mismo para el sí que para el no
y no tengan ya que escabullir el bulto
por no haber entendido a tiempo lo evidente,
lo clara, vida, que es tu transparencia,
que no me coja ciego la nueva vida que vea;

con qué ojos de alegría me asomaré
por última vez a la ventana antes de salir
a mirar la perspectiva y su sonrisa ignota,
ojos de asombro, ojos de lumbre, ojos de tinta,
ojos de miel y terciopelo; y cómo habré de conservar
tal entusiasmo cuando ponga mi pie en el umbral común
y tenga que aportar lo que yo traje;

tendré que ser prudente y decidido
y acoger todas las cosas como vengan,
más abierto que el cáliz de un tulipán maduro
y listo para decir con precisión lo que me toque
así sea el silencio más negro entre lo negro,
el negro y contundente silencio del silencio,
o me toque tal vez, jugando adivinanzas,
morder una manzana para sacar el nombre de la fruta
y que comience de nuevo a hacerse la palabra:
háganse todas las cosas otra vez,
empiécense las obras bonitas y las obras feas,
frescas ambas y con toda la vida por delante;

no quiero censurar ninguna de tus partes,
ni ser el aguafiestas de tus fastos,
yo no gano nada con ser tu detractor, basura,
simplemente te veo que existes y que dependes de mí
en tan alto grado que me espanta, y pienso:
tiene que haber un lugar para la basura
también adentro de mi corazón, no puedo estar
siempre negándola como si yo fuera el sacerdote
sin humor, encargado de la limpieza del templo,

y me echo a correr y a saltar por esos campos
con la ilusión de inaugurar otra mirada,
una que acepte las cosas como son y sepa verlas,
igual ver lo sublime sin que la piel se quiebre
que ver lo abominable sin volverse la tonta,
la anónima, la pobrecita aguja del pajar;

con qué ojos renovados te veré, vida,
cuando comience a germinar mi voluntad
y emprenda con ojos nuevos de nuevo mi camino?