Brevedad de la vida

¡Qué va!, uno no piensa en eso, porque está incluido en el paquete inicial: la vida es breve, duele, etcétera. Pero, al menos yo, siempre he pensado que como la vida dura toda la vida no hay por qué estar pensando en su final. Lo que tiene el poema es que no habla sólo de eso sino de la imaginación y la memoria.

Durante muchos muchos años me despertaron en mi casa de Tiépolo los trinos de los pájaros. Es lo que extraño en Madrid, como no vivo cerca de ningún parque... Había uno de vocación académica muy acusada que silbaba cinco notas ascendentes y regresaba en seguida a recogerlas sin perder ni cambiar la entonación, y vuelta a empezar, hasta que todos los demás se despertaban y empezaba el concierto. Hago enorme esfuerzo por recordar el santo que fijó la escala musical que usamos o el concilio en que se definió su estructura, pero de balde, no me sale; esas y tantas, tantísimas más trampas tiene constante la memoria. Como los jardines de La Alhambra que ya no sé si los recuerdo porque los vi o creo que los recuerdo porque me los narró Pepe Tito.

Pero lo que de veras me apura es lo otro: el ansia de pensar que la vida hubiera sido otra cosa si me hubiera aplicado. Pero qué le vamos a hacer, nací cabeza de chorlito.


MÁS BREVE

Más breve que el canto de los pájaros
que anuncian el amanecer ensayando escalas musicales,
más corto que el trayecto entre el principio y el final
de algún jardín nazarí que se me escapa en la memoria,
más fugaz que la imaginación, porque en nada puse pie,
ha sido la vida,
que está preguntándose cómo es que se acaba así.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

HOLA MAETSRO,SALUDOS Y FELICIDADES, TE MANDO UN ABRAZO, VISITA MI PÁGINA WWW.EFRENRUBIO.COM

Anónimo dijo...

Alejandro , qué bello poema. Gracias Toya

Alfredo dijo...

Me encanta esta forma tuya de escribir las cosas, de decirlas muy naturalmente -como cuando charlas- hilándolas primorosamente con bellas imagenes poéticas a las cuales nos tienes acostumbrados. Es un placer leerte y sentirte tan cerca, aunque sea en el éter virtual.
Alfredo Rodríguez Brondo